Hoy me levanté y lo primero que hice fue pegar un insulto de esos que te brotan de adentro del alma. Pero no fue a propósito y no creo que lo tenga que confesar. La culpa la tuvo un calambre. Uno de esos calambres tan fuertes que si tengo que describirlo ahora que estoy despierto entonces sí voy a necesitar una confesión. No es lindo despertar así, se los aseguro. Y menos tan temprano. Quizá ya era hora de despertarse, pero en Argentina, acá no. Y yo todavía estoy con el cuerpo atravesado en medio de las dos horas diferentes que tiene programado mi reloj.
Por eso fue que no supe si seguir durmiendo o no. Cualquier persona normal refunfuña dos minutos agarra la colcha y se manda de nuevo al sobre sin tantas cuestiones. Pero yo fui siempre medio atrabancado para despertarme en casa ajena. Como si una norma moral me indicara que cierta hora es inapropiada para dormir en casa de otro. Hora que, por cierto, profanaría sin tapujos y con mucho gusto, si no se tratara de defender mi rol de invitado agradable. En algún sector de mi cerebro llevo grabada la voz de mi viejo diciendo “Nene!, levantate que es tarde!, vamos che!”
Despertar con un calambre el día de los muertos, es un derroche de simbolismos. Es la experiencia sensorial mas convocante que se me ocurre para percibir que algo inhumano te jala de las patas. Un calambre es tenebroso porque te hace sentir tus vísceras, tus tendones, tus huesos.... y porque viene de pronto, sin aviso y es inevitable. Así, este día de los muertos me levanté sorprendido por un nudo semántico que me llevó a estirar la pata con ganas de calmar el dolor de una vez para siempre.
Era un tirón interior. Y ya lo había predicho antes de venir. Mi cuerpo me iba a pasar factura de mis decisiones tan mentales y espirituales. Digamos que la parte de mí que se quería quedar se agarró de los tendones con la que se quería venir. Después, más tarde, mientras desayunaba un par de bananas para el potasio, una luz de primavera me hizo ver que había otros líos envueltos en ese nudo. Un par de bajones, desencantos y extrañamientos habían aportado su granito de tensión para que despertara tan sobresaltado.
Es que ayer fue el primer día de mi décima visita a Los Ángeles, y aún hay cosas que no se resuelven... Todo cambia, pero yo sigo de entrevistas, como la primera vez.
Nuevo encargado: - Digamos que si tuvieras que elegir algo... porque tu sabes que aquí en este país está esa idea de que tienes que ser “El mejor en lo que haces”, “El mejor en algo”. ¿Qué elegirías tu de todo lo que haces para decirme, "Eso es lo que yo quiero hacer"?...
("Tururu-rurú..." u otro sonido salvador de telefóno distinto de “riiiing”)
- Uh!, disculpa!, permíteme un instante... Hola? si?...
No quiero ser “el mejor” en nada. Obviamente, no dije eso, porque iba a ser difícil que me entendiera en ese contexto. Así que aproveché la pausa y elaboré otra respuesta un poco más "entrevísticamente" correcta. Todo marchó bien y creo que salí airoso. Pero en esa pregunta me dí cuenta de que eso es algo que me define. Desde mis promedios de 8 en la escuela, mis numerosos tercer puesto en ajedrez y mis casi nulas coronas deportivas, tengo claro que nunca he querido ser "el mejor" en algo. ¿Es malo eso? A veces pienso que una personalidad un poco más obsesiva me hubiera allanado puertas. Pero termino en la conclusión de que con seguridad me hubiera complicado la existencia. Soy feliz siendo diferente. Elegí ser actor para poder ser mil cosas a la vez. Y además de ser actor, soy otras mil cosas a la vez. Y soy feliz. Mi jefe, que me conoce, le llama a eso versatilidad. Y me hace sentir bien cuando lo dice.
Antiguo Jefe: -Y la verdad que lo que más me hace pensar que él sería una pieza clave en ese lugar es su versatilidad, y que sé que si él se tiene que arremangar y trabajar duro, lo hace. Con mucha humildad, tanta que no pareciera que es argentino.
Nuevo Director: - Y eso es mucho decir!... Lo vamos a tener cuenta... Quizá en los primeros días de Diciembre podamos definir un lugar para él.
Nuevo Director: - Y eso es mucho decir!... Lo vamos a tener cuenta... Quizá en los primeros días de Diciembre podamos definir un lugar para él.
Es lamentable que los argentinos seamos más conocidos por nuestro orgullo que por nuestra versatilidad, pero yo considero que ambas cosas son cualidades que se me pegaron en esa hermosa tierra donde nací, ahí donde siempre hace falta ser creativo y confiado para salir adelante. Y creanme que de las dos tengo bastante. Ahora ando necesitando de esa flexibilidad. De esa capacidad de adaptación. Porque cuando uno se pone rígido, le vienen los calambres.
Un paseito a la noche por la feria artesanal de Monrovia puede ser la terapia adecuada. Caminar jugando con sapitos de madera que croan igual que uno real, probarse sombreros con orejeras y finalmente terminar el día casi sin voz saboreando los últimos heladitos de pinkberry antes de que arrecie el frio por la callle.
Para el que no conoce Pinkberry es un yogurt helado con toppings, que vos elegís y mezclás a tu gusto. Yo elegí uno chiquito, pero bien variadito. En un bocado junto el coco rallado y me imagino los adornos que tendrá mañana Disneylandia cuando la visite por primera vez... en otro bocado elijo las nueces y crocantes y me río de saber que voy a Tierra Santa a fin de mes... y guardo para el final los trocitos de kiwi y de ananá y pienso que algún día será primavera y que el sol brillará de mi lado, otra vez.